Imagen de varios jóvenes en el patio de un IESCorría el año 2005 cuando la administración madrileña ajustó la mira sobre los “centros públicos prioritarios”. Expresión oficial de un programa que sacó a la luz lo que tantas veces se oculta. Negando sin pudor la realidad. O maquillándola con medias verdades, exceso de corrección política, enrevesados eufemismos.

En la lista figuraban más de 70 colegios e institutos donde el día a día era un reto sin pausa. Fracaso escolar por las nubes, predominio de familias desestructuradas, plantillas inestables, problemas de convivencia. “Daremos más apoyo y más recursos a quienes más lo necesitan”, dijo entonces el consejero Luis Peral. La iniciativa duró cuatro años. Y cayó en el olvido.

Visitamos recientemente un IES del sur de Madrid que participó en el programa. El centro es uno de tantos: ladrillo rojo cara vista, líneas rectas, formas anodinas. Por dentro, el ambiente multicultural y atrezzos coloridos -con vocación didáctica- otorgan personalidad a sus instalaciones. Su director/a (D.) prefiere mantener el anonimato. Asegura que la Consejería actual suele tomar represalias contra los centros que no se pliegan a esa tácita ley del silencio que, últimamente, impera en Alcalá 32. Para este reportaje, intentamos sin éxito contactar con algún responsable de Educación.

“El programa provocó un debate muy intenso en el claustro, que sufrió una de las mayores crisis de su historia. Algunos no querían estigmatizar al instituto. Por la mínima votamos a favor de entrar. Nos adherimos para obtener algunas compensaciones y un cierto trato de favor”, recuerda D.

Aterrizar en hechos esa idea de justicia distributiva permitió, por ejemplo, dinamizar la biblioteca escolar o poner en marcha un exitoso proyecto de teatro. También se pudo dar continuidad a una senda pedagógica homogénea mediante comisiones de servicio resueltas con agilidad. Llegó personal extra que insufló oxígeno en clases con ratios asfixiantes y una atención a la diversidad desbordada. Flexible en función del contexto, el programa daba a elegir a cada centro entre un amplio surtido de medidas. Los colegios e institutos, en contrapartida, tenían que cumplir una serie de objetivos revisables cada año.

Goteo constante

El impulso a la equidad educativa en Madrid se desinfló con el fin del proyecto en 2009. Desde entonces, los recortes -siempre amparados en una supuestamente irrebatible estabilidad presupuestaria- han ido minando a un IES que es descrito en clave bélica por quien lo dirige: “lucha constante”, “primera línea”.

Durante la pasada década, el goteo de medios humanos y materiales no ha cesado. La situación actual, explican D. y la persona de orientación (O.), no admite comparación con la que tenía el instituto antes de participar en el programa. Ni siquiera con la de los años inmediatamente posteriores a su desaparición. Es, afirman al unísono, mucho peor. “En mi departamento llegamos a ser 13 personas. Había aula de enlace [apoyo lingüístico a alumnos no hispanohablantes], profesores de compensatoria… Ahora somos tres. Tenemos la sensación permanente de que no llegamos”, cuenta O. Estar catalogado como “centro de difícil desempeño” -denominación de carácter estatal- no comporta ningún beneficio palpable. Apenas un punto extra para los docentes que optan al concurso de traslados.

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