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Analista en el Centro de Innovación e Investigación Educativa de la OCDE, Javier Suárez Álvarez es el autor principal de 21st Century Readers, un informe en el que ha colaborado un nutrido grupo de investigadores de varios países. Suárez Álvarez estudió Psicología y se doctoró en Psicométricas en la Universidad de Oviedo, donde también enseñó antes de incorporarse a la sede principal de la OCDE, en París. Admite que su informe responde a tantas cuestiones como nuevas preguntas plantea. Hablamos con él por videoconferencia.

Pregunta. ¿Por qué cuesta a tantos alumnos distinguir hechos de opiniones?

Respuesta. —Por un conjunto de razones, de las que nuestro informe destaca dos. Una es la brecha digital, que hace que los alumnos de entornos más desfavorecidos, con más dificultades de acceso en el hogar, tengan una menor capacidad para contrarrestar los riesgos de navegar en entornos digitales. La otra razón sería que estas cuestiones no se enseñan suficientemente en la escuela, un hallazgo que podemos leer en clave positiva: existe una fuerte relación directa entre haber trabajado esta capacidad en el aula y ser capaz de detectar información sesgada. La escuela puede jugar un papel fundamental.

Al mismo tiempo, se da una paradoja: salvo excepciones, el uso de tecnología en la escuela tiene, de media, un efecto negativo en la competencia lectora. Cómo se utilice la tecnología puede ser determinante, y parece que algunos países, sobre todo anglosajones, lo están haciendo especialmente bien.

—Los usos que hemos incluido son solo ejemplos habituales, pero hay otros usos posibles. E incluso en aquel que muestra una asociación positiva con el rendimiento en lectura [utilizar internet para el trabajo escolar], hay grandes diferencia entre países. En EEUU, Australia, Canadá o Nueva Zelanda, el impacto es muy positivo. En otros, es incluso negativo. Tampoco podemos olvidar que se trata de una realidad multidimensional. Ni que el uso de la tecnología se hace en ocasiones de manera complementaria a otra actividades que también son importantes, mientras que en otros casos viene a reemplazarlas. La clave puede estar, no tanto en el uso en sí, sino en el cómo se realiza una actividad concreta.

¿Piensa que esa mayor visión crítica en la lectura entre los alumnos anglosajones puede obedecer a factores que no recoge el informe? Cuestiones de cultura pedagógica, incluso ambientales, de cultura democrática etc.

—Podría ser una explicación muy razonable. Resulta curioso que los estudiantes de EEUU puntúen, a la hora de distinguir hechos y opiniones, muy por encima de lo que cabría esperar a la vista de su puntuación media en competencia lectora. PISA no captura este tipo de diferencias pedagógicas, o en los currículos, o en el estilo docente. Tampoco hay que olvidar que un alumno de la OCDE pasa una media de 35 horas a la semana conectado a internet, la mayor parte del tiempo fuera de la escuela. Debemos intentar responder a este tipo de preguntas desde una perspectiva multifactorial.

El informe sugiere que no deberíamos desterrar al papel en favor de un monopolio digital.

— Los estudiantes más competentes en lectura son aquellos capaces de optimizar las ventajas de ambos formatos. Si pudiéramos hacer un dibujo un poco estereotípico del alumno con buenas competencias lectoras, sería uno que lee libros en papel e utiliza dispositivos digitales, dependiendo del objetivo. Que puede leer una novela en papel y consultar las noticias online.

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