Una niña llora apoyada contra una pared

Ellos se desvanecen entre la primera línea de playa y el ‘hotspot’, los centros de control de la Unión Europea. Este limbo en el que permanecen los refugiados antes de pasar el filtro administrativo es, a juicio de la ONG Human Rights Watch, la primera etapa de un penoso peregrinaje a través del continente. En el campamento informal de Moria, en la isla griega de Lesbos, confluyen todos, hombres, mujeres y niños bajo condiciones de enorme precariedad y, para paliar ese sufrimiento, Save The Children lo ha convertido en un espacio de trabajo en el que elabora su propio registro y proporciona recursos de ocio a los recién llegados. Pero muchos no esperan a que llegue su turno para realizar trámites y desaparecen. Europol, la Oficina Europea de Policía, asegura que 10.000 menores, muchos de ellos de origen sirio, se han volatilizado y ha afirmado que, no todos, pero muchos habían caído en manos de organizaciones criminales.

La falta de una política migratoria para salvar vidas explica dicho fenómeno, a juicio de Eva Silván, delegada en Euskadi de la organización dedicada a la protección de la infancia. «Existe el riesgo de que mafias se valgan de tales carencias para engañarlos asegurando que los van a llevar al país al que quieren llegar y explotarlos sexualmente. Los testimonios más dramáticos hablan de tráfico de órganos», denuncia y recuerda: «Los Estados de la Unión tienen la obligación de tutelar a aquellos que llegan a su territorio».

La imagen de pequeños e ingenuos Aylan raptados en los arenales resulta inevitable, o la de cientos de errabundos muchachos vagando por Europa Oriental, tan vulnerables como aquellos que, durante la Edad Media, cruzaron el continente para conquistar Jerusalén con el arma de su pureza y acabaron mercadeados en Egipto. Algunas informaciones alientan las interpretaciones más espeluznantes cuando afirman que se han originado bandas ad hoc en Alemania y Hungría para explotar el nuevo nicho de negocio ilegal.

Unicef también lamenta el fallo de los programas institucionales y aboga por la implementación de equipos que identifiquen necesidades y promuevan la reunificación. Pero la entidad también aporta más datos que establecen el perfil de estos individuos. «Se trata de muchachos principalmente entre 14 y 17 años que suelen viajar en grupo y evitan ser interceptados y ser identificados como menores para no ser enviados a centros de internamiento». Al parecer, la mayoría constituye la avanzadilla de familias que no pueden costearse el traslado desde Turquía o Líbano, principales países de la diáspora siria, y de otras procedencias, caso de Afganistán, y emprenden una larga ruta hasta el norte del continente donde cuentan con algún tipo de contacto.

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