dos mujeres con hijab y un niño

A estas alturas casi nadie duda de que supone toda una proeza cruzar un mar en patera, ponerse en manos de mafias para atravesar países clandestinamente o, simplemente, tener aplomo para dejar tu casa y tu país. Este es el mal trago por el que habían pasado 65 millones de personas a finales de 2016, según la agencia de la ONU para los refugiados (Acnur). Pero las complicaciones no acaban cuando ya se ha logrado dar este paso: surgen otras nuevas relativas a la integración de esa persona o familia en un país y una cultura nueva. Duran más y afectan a muchos individuos, más que los que los Gobiernos pueden o quieren asumir. El resultado es que las condiciones en las que este colectivo trata de rehacer sus vidas empeoran.

Este atasco se vive en España. La ley maca un periodo de entre tres a seis meses para tramitar una solicitud, pero en la práctica, el veredicto se hace esperar mucho más. Entre los años 2010 y 2016 llegaron 47.810 personas que solicitaron asilo. Según Eurostat, a finales de este periodo, un 41% seguía esperando una respuesta, casi 20.000 personas. Ahora, el informe ¿Acoger sin integrar? de la Cátedra de Refugiados y Migrantes Forzosos de la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE, el Servicio Jesuita Migrante y el Instituto de Derechos Humanos Pedro Arrupe de la Universidad de Deusto que se ha presentado esta mañana en Madrid ofrece información sobre las circunstancias en las que se desenvuelven los solicitantes de asilo de España debido a “la ausencia sistemática de investigaciones sobre esta cuestión”, dicen los autores.

La investigación, que tuvo lugar entre 2016 y 2017 en las principales comunidades de recepción de población refugiada (Andalucía, Madrid, Cataluña, País Vasco y Comunidad Valenciana), se ha centrado en los cinco primeros años de estancia en la sociedad española y recoge los testimonios de hombres y mujeres de diversos orígenes. “Cuando sales del centro de alojamiento comienzan los problemas. Problema del idioma, problemas con los papeles, problemas con las ayudas de las organizaciones, problemas de trabajo, problemas de leyes, problemas de comunicarte… Es muy difícil”. Este es el primero, el de una mujer de nacionalidad siria cuyo nombre no se facilita. Ella resume el primer encontronazo con la realidad después de pasar por los centros de primera acogida: problemas de acceso y permanencia en alojamientos, desempleo, precariedad laboral, falta de adaptación sociocultural, pobreza…

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