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Decía Churchill que la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre; con excepción de todos los demás. No voy a ser yo el que contradiga al orondo político británico y menos con la que está cayendo en países con este sistema asentado durante décadas y en otros como el nuestro con menor cultura política participativa. En sentido amplio -y sin ninguna intención de entrar en disquisiciones filosóficas sobre las características que debe reunir una sociedad democrática- podría aceptarse que es una forma de convivencia social en la que sus miembros son libres e iguales y establecen entre sí mecanismos contractuales que condicionan las relaciones sociales de una comunidad.

Estamos tan acostumbrados a que los agentes activos de la democracia sean los partidos políticos, que nos marquen cambios, tendencias, propuestas y desilusiones en el ágora público que llegamos a olvidar a otras instituciones socializadoras que también contribuyen a enriquecer o empobrecer este concepto político. Entre ellas está la educación.

La primera impresión que puede deducirse, antes incluso de su lectura, es que estaremos ante un nuevo texto de propósitos buenistas que, como cualquiera de sus predecesores, está condenado a ser leído y tras provocar una leve sonrisa condescendiente, aumentar el fajo de papeles de la mesa de trabajo, hasta que llegue el momento de su limpieza anual.

Habrá incluso personas más osadas que sientan un principio de enfado tras el argumento de que una vez más hay quien sigue molestando con cuestiones de escaso aporte para la mejora educativa, en vez de centrarse en cuestiones más importantes hasta ahora desatendidas, como, por ejemplo, la falta de disciplina en las aulas.

Quienes han ideado el Manifiesto, sin embargo, aducen en su presentación tres cuestiones, difícilmente soslayables para cualquier profesional de nuestro sistema educativo: se necesita fomentar los valores (1), hoy en día en retroceso por la incidencia de la crisis económica y política (2) y deben generalizarse cuantas buenas iniciativas se estén realizando ya (y 3).

Leer el resto del artículo de Pablo García de Vicuña en El País.

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