Iñigo Urkullu

El reto educativo más importante en España —y el que se omite en los pomposos informes prospectivos— es que todos los alumnos españoles puedan estudiar en la lengua del país, de la nación y del Estado. Se puede decir de otra manera, pero la realidad es ésta: en España no está garantizado el derecho a que un alumno pueda estudiar no en su lengua materna, que es una expresión comodona, de salir a empatar, sino en la lengua común de todos los ciudadanos. La lengua común es el castellano o español, y la función principal de una lengua es la comunicación. La función principal no es representar elementos culturales ancestrales, proveer identidad ni ofrecer una manera local de «entender el mundo», sino comunicar.

Comunicar conocimientos es la función específica y principal de la escuela. Y hay una región española en la que se ha elegido abiertamente dificultar o incluso eliminar la posibilidad de la transmisión. ‘Transmisión’ es una palabra muy bonita y muy humilde, muy honesta, como de otra época. El libro más importante sobre la profesión que se ha publicado en los últimos años, escrito por George Steiner y Cécile Ladjali, se titula precisamente ‘Elogio de la transmisión‘, y es una obra también honesta, humilde y bella. En la educación hay alguien que transmite y alguien que recibe. Se confía en que el que transmite sepa hacer entender el valor de lo transmitido, y en que el que recibe sepa poner lo transmitido en relación con otros conocimientos. No es una relación de aprendizaje mutuo, sino una relación jerárquica, que parte del respeto y por eso requiere disciplina, seriedad y esfuerzo.

La educación es eso, en esencia. Un profesor que enseña y unos alumnos que aprenden. Ahora está de moda especificar que la clase magistral no consiste necesariamente en un señor aburrido leyendo el libro, y que el aprendizaje tiene que ir más allá de la memorización; pero es otra de esas cesiones a las que nos hemos ido entregando mansamente, para contentar a unos vendedores de crecepelo a los que hemos concedido el poder de generar mala conciencia y de extraer falsas confesiones. Así que no, aquí no se va a especificar. Un profesor que enseña y unos alumnos que aprenden. Esas dos palabras, «enseñar» y «aprender», son suficientemente potentes como para saber en qué consiste y en qué no consiste la educación.

Hablábamos de una región española, y esa región es el País Vasco. Hace un par de semanas se publicó en El Correo un artículo sobre su sistema educativo. El panorama es terrorífico, pero los vascos nos hemos acostumbrado al terror en cualquiera de sus formas. Al real y al metafórico. Si estuviéramos en el pasaje del terror de las ferias seríamos como ‘Mr. Bean’ cuando sube a la montaña rusa. Impasibles, pensando en nuestras cosas, molestos por los gritos de los demás pasajeros.

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