Imagen de los inmigrantes bajando del Aquarius en Valencia

La llegada del verano trae no solo el tradicional calor estival, sino entre otras muchas cosas el repunte de una inmigración cuyo drama compartimos con gran parte de los países meridionales europeos. Este año, además, sucesos como el del Aquarius nos obligan a enfocar nuestra atención a esta cuestión, logrando sacar lo mejor, pero también lo peor de una sociedad que, por lo general, no atisba a comprender los problemas y las razones que mueven a aquellos que arriesgan su vida al cruzar el mar.

Como una onda expansiva, el inicio del verano intensifica el entrecruzamiento de dimes y diretes sobre la necesidad, bondad o coste de aceptar una inmigración que diluvia sobre la frontera sur europea. Un rosario de razones se suele conformar en una novena de tradicionales argumentos, repetidas como en una oración de víspera, muchas de ellas simples y maniqueas que, como una larva parasitaria, se acomoda en la materia gris de quienes luego se prestan a propagarla. Estas razones, basadas en general en prejuicios diseñados para contaminar a quienes son preceptivos de convertirse en su huésped, se han demostrado una y otra vez o bien falsas o bien que no poseen fundamento empírico alguno. Pero da igual que demuestres lo evidente del error: el muro intelectual planteado suele ser de hormigón armado y ni la mayor batería de datos y argumentos posibles lo hará caer.

Recientemente un trabajo de Alberto Alesina, Armando Miano y Stefanie Stantchevaha ha puesto sobre la mesa lo equivocados que solemos estar, todos, sobre la inmigración. Según este trabajo, realizado para Francia, Alemania, Italia, Suecia y los Estados Unidos, la percepción que los individuos (nativos) tienen sobre algunos aspectos de la inmigración suele estar profundamente equivocada, lo que termina contaminando otros terrenos como la solidaridad de una sociedad que ha basado una parte destacable de su actual bienestar en el reparto y la redistribución. Entre varios resultados, el trabajo encuentra que, por ejemplo, los nativos suelen sobreestimar el número de inmigrantes que conviven con ellos en su país. También suelen estar equivocados por el origen principal de estos inmigrantes y, particularmente, por su capacidad de aportar al sistema a través de su actividad productiva y obligaciones impositivas. Sobreestiman las transferencias que reciben mientras creen que su nivel educativo es menor de lo que realmente es. También suelen sobreestimar el número de inmigrantes musulmanes, por lo que existe claramente un sesgo sobre la identificación religiosa de la inmigración.

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