Héctor Ruiz

¿Cuántas veces ha pensado que su hijo o hija no vale para estudiar, que se le da peor que al resto de sus compañeros o que tiene mala memoria? Hay muchos mitos en torno al proceso de aprendizaje, pero lo cierto es que la destreza de los niños para el estudio tiene más que ver con las estrategias que utilizan que con sus capacidades. Repetir y releer un texto, subrayarlo o esquematizarlo mirando los apuntes no suelen ser técnicas eficaces para fijar los conocimientos, a pesar de que son las más utilizadas por la mayoría de los estudiantes.

Comprender cómo funciona nuestro cerebro cuando tratamos de aprender algo es clave para detectar dónde pueden estar los fallos que impiden lograr los objetivos que se exigen en la escuela, y corregirlos. Al adquirir buenos hábitos de estudio se logran mejores resultados y, por lo tanto, la motivación necesaria para mantener el nivel de esfuerzo que se requiere. “Los contenidos que se imparten en el colegio están al alcance de todos los alumnos, pero tienen que saber cómo incorporarlos a su memoria”, explica Héctor Ruiz, neurobiólogo, investigador en psicología cognitiva y autor de ‘Aprendiendo a aprender’ (editorial Vergara), un libro que tiende puentes entre la evidencia científica y la práctica educativa.

¿Es cierto que a algunos niños se les da mejor estudiar que a otros?

No del todo. En principio, aprender, como cualquier otra habilidad, tiene una parte que depende de los genes (innata) y otra que es ambiental (adquirida). No podemos decir con seguridad qué parte influye más, porque es difícil de medir, por eso el consenso estaría en un 50-50. Pero en realidad, en el aprendizaje la parte ambiental es muy importante. Uno de los factores clave que te diferencia como ‘aprendiente’ son los conocimientos previos que tienes sobre lo que tratas de aprender. Hay personas que pueden tener más o menos facilidad para aprender determinadas cosas porque han desarrollado mejores estrategias para canalizar el esfuerzo de manera productiva o porque ya sabían algo sobre ello. Dejando de lado los trastornos extremos, las diferencias suelen ser ambientales, adquiridas, y la motivación tiene que ver con la forma que uno se aproxima al conocimiento.

Me gusta poner este ejemplo: si te piden que nades pero no te enseñan a nadar, puedes aprender a nadar pero probablemente desarrolles técnicas poco eficaces, como un perrito, por ejemplo. Es una técnica que implica un esfuerzo mal invertido. Sin embargo, si te enseñan a hacer crol, con el mismo esfuerzo consigues un resultado muchísimo mejor.

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