Dos niñas en una mesa de una clase con mascarillas

Impacto desigual del cerrojazo escolar el pasado curso. Semipresencialidad en secundaria este 2020-21, con sus consiguientes escollos técnicos y logísticos. Tiempo y recursos dedicados a minimizar contagios en la escuela. Nuevos cierres temporales de clases y centros. Miles de profesores novatos aterrizando en el aula. Un horizonte de alta incertidumbre.

La suma de factores únicos ha empujado a las administraciones educativas a hacer un alto en el camino en sus tendencias dirigistas. Se permite, excepcionalmente, una cierta flexibilidad curricular. Centros y profesores pueden abordar los extensos temarios tijera en mano. Se les concede margen de maniobra para podar lo superfluo y centrarse en lo troncal. Para fusionar enseñanzas interrumpidas el último trimestre del 2019-20 con los contenidos/competencias básicos de este curso. Para agrupar materias en ámbitos de conocimiento.

No pocos opinan que estos criterios más laxos no llegan por convicción. Serían en realidad consecuencia de la manifiesta incapacidad de las autoridades para seguir controlando qué se enseña en las escuelas de este país. Según esta visión —compartida por la mayoría de sindicatos y varias asociaciones de directores— la menor rigidez curricular no habría nacido en las aguas calmadas de la reflexión. Hablaríamos, por el contrario, de una solución de urgencia ante el río desbordado de la pandemia.

En la práctica, el aprovechamiento de esta mayor autonomía para adaptar aprendizajes choca a veces con la presión añadida por cumplir los protocolos. Se ha aligerado el peso curricular dictado desde arriba, pero ha crecido exponencialmente la carga sanitaria. “Estamos tan atareados con la organización del día a día (señalización, medidas de higiene, espacios, equipos docentes, franjas horarias), que, como equipo directivo, aún no hemos podido abordar un enfoque curricular propio”, admite Juan Manuel Delgado, jefe de estudios del IES Rafael Frühbeck de Burgos, en Leganés (Madrid).

Con solo un 25% de plantilla fija, este instituto madrileño apuesta desde hace algunos años por un proyecto de renovación. Aspira a vincular las metodologías activas y el aprendizaje en contexto a un plan integral de convivencia. “El proceso se ha ralentizado”, lamenta Delgado. Aunque las dinámicas del cambio hayan sufrido un frenazo, el Rafael Frühbeck sí está pudiendo reducir el desfase curricular de su alumnado más vulnerable. “Tenemos muchas necesidades, no solo producto de la pandemia. Con más profesores, hemos podido responder a ellas, quizá no a todas, pero sí de una forma más estructurada y seria que en cursos anteriores, incluso introduciendo prácticas de co-docencia”, explica Delgado.

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