Dos hombres y una mujer en un negocio del barrio

Una zona enriquecida por una gran variedad de etnias asiáticas

Cuando regresé a Japón, después de diez años, vi que la sociedad japonesa había cambiado mucho. El número de extranjeros estaba aumentando con rapidez; se los podía ver trabajando por todas partes: en tiendas de veinticuatro horas, en tabernas, en supermercados…. Se habían convertido ya en vecinos. Los extranjeros eran una respuesta a la disminución de la tasa de natalidad y el envejecimiento de la población, a la escasez de mano de obra. Eran una de las manifestaciones de la política nacional.

En Tailandia, donde había pasado los últimos diez años, vivían 70.000 japoneses. La comunidad japonesa era lo suficientemente madura como para que fuera posible para alguien como yo tener trabajo como editor de una revista japonesa. ¿Qué tipo de comunidad han creado los extranjeros que viven en Japón, y qué piensan sobre sus vidas aquí?

Con estas cuestiones en mente comencé a recorrer el área metropolitana. Takadanobaba, un barrio con muchos habitantes oriundos de Myanmar, Nishikasai, repleto de informáticos indios, Hachiōji, famoso por su templo tailandés, el nuevo barrio chino de Nishikawaguchi, en la prefectura de Saitama… Los extranjeros que he conocido en esos lugares hablan a menudo sobre Shin-Ōkubo.

“A veces voy a hacer la compra allí”.

“Es un buen lugar para quedar con los amigos”.

“Antes iba a clase de japonés en Shin-Ōkubo”.

Intrigado por sus palabras, comencé a visitar también Shin-Ōkubo. No es un simple barrio coreano, como se suele decir, sino una zona internacional donde viven juntas una gran variedad de personas.

Un hombre musulmán, vestido totalmente de blanco, pasea en bicicleta, tarareando. En el aire flota un aroma de especias. De algún lugar llega una melodía de pop indio cantada a dúo por un hombre y una mujer. De pronto aparecen caminando ante mí, felices, unos jóvenes vietnamitas con aspecto de ser estudiantes internacionales. Escucho a gente que habla chino y tailandés. Al mirar hacia arriba veo letreros, que oscilan en un edificio de distintos negocios y apartamentos, escritos en coreano, en inglés, en nepalí…

Varias razas e idiomas se mezclan en una esquina del barrio, pero el idioma común parece ser siempre el japonés. En la tienda de especias, un comerciante nepalí y un cliente chino negocian un posible descuento en japonés. Una mujer africana de llamativo traje folclórico mantiene una conversación en una verdulería japonesa. Algunos estudiantes internacionales de diferentes países hablan, por supuesto, en japonés… Era un espectáculo extraño. Un tumulto de diversidad centrado en el japonés.

Me pareció interesante. Además, el barrio estaba cargado de un nostálgico ambiente asiático. Me sentía cómodo en medio de aquella aspereza y calidez de una gente que no se preocupaba demasiado por los detalles.

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