dibujo de dos niños de diferente raza mirando un globo terráqueo

A Camila le llamaban en el recreo «inmigrante de mierda»; le decían que «olía mal» y le recordaban a cada paso que «nadie la quería». Y, mucho menos, querían jugar con ella. Su piel negra la convirtió en objeto de un hostigamiento atroz. Estas duras palabras con las que sus compañeros trataban a esta niña española de 7 años son recogidas por la sentencia que condenó a su colegio a indemnizarla por no evitar el daño sufrido. Su madre, Petra Ferreyra, no cejó en la lucha, desde las redes sociales hasta el juzgado, para que fuese reconocido y resarcido el acoso racista sufrido por su hija. En su día, copó titulares porque la condena era pionera.

Pero, sobre todo, porque ponía en evidencia que los niños no están exentos de reproducir las conductas más crueles y discriminatorias de la sociedad en la que viven. En España, según datos de Interior, en 2019 se registraron 1.581 delitos de odio. 531 de ellos por xenofobia. Los incidentes menores, los que no llegan al juez, pueden rondan los 4.000, según el informe Raxen 2019 de Movimiento Contra la Intolerancia. Para que la semilla del odio no germine, la educación es el único antídoto. Y la que se da en casa es la más eficaz. En los tiempos que corren, con las protestas en el mundo por el homicidio del afroamericano George Floyd, no está de más repasar algunas ideas que ayuden a las familias a construir en los más pequeños una mirada libre de estereotipos para toda la vida.

Ante la sorpresa, pregunta

En la primera infancia las reacciones ante algo que no debería ser entendido como diferente, pero que llama la atención en nuestra sociedad, como puede ser una piel de otro color, no deben escandalizar a los padres. «El mundo, por desgracia, se normaliza en torno a un estereotipo físico y todo lo que está fuera es señalado. Cuando esto suceda, hay que responder con algo que les haga pensar sobre su propia sorpresa. «Con preguntas que le obliguen a empatizar», aconseja Carmela del Moral, responsable de Sensibilización y Políticas de Infancia de Save The Children.

No es bueno, aconseja, tapar ni censurar la conducta, sino darle normalidad. Y, sobre todo, «dar una explicación sin connotaciones», avisa. Los diminutivos, la postura paternalista, la compasión no hacen más que alimentar la diferencia desde una postura de superioridad. Bárbara Marques, educadora especializada en Estudios Africanos, activista en SOS Racismo e investigadora, recuerda que «ningún niño nace racista», pero aprende la construcción social que ya integra el racismo en su estructura. Un racismo que no es más que «la relación de poder, la jerarquía, establecida sobre otras culturas».

La mejor forma de reaccionar, cree, es dialogando. A partir de los 3 años ya se les puede explicar que las diferencias biológicas de la raza no existen y a partir de los 7 están preparados para un diálogo más profundo sobre la historia y otras culturas, apoyándonos en libros o películas», pone como ejemplo. Pero sobre todo, dice, Marques, hay que «hablar en casa, traer el debate a la mesa, frente a la tele o durante las tareas». Tratarlo como un tabú es lo más contraproducente. «Tan importante es lo que se habla como lo que no se habla», recuerda esta experta brasileña afincada en España.

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