imagen del mar lleno de manos suplicantes

Mira a un lado y otro. Alza la vista. Suspira.

Angela Merkel se reúne con sus colegas europeos en una reunión informal. Llega a un acuerdo. ‘Es más de lo que confiaba en lograr’ dice. Pero la coalición de gobierno germana se tambalea: sus socios bávaros lo consideran ‘no satisfactorio’. Dimite el ministro de Interior, Horst Seehofer, socialcristiano, del partido hermano. Luego recapitulará. Entre tanto, el sur respira aliviado… Y mientras tanto, el verdadero protagonista del acuerdo mira de lejos –cada vez en mayor número y en peores condiciones– sumido en la retahíla de barcos de socorro que las ONGs operan en el Mediterráneo sin puerto a la vista que le dé la bienvenida. Primero le ocurrió a los refugiados. Hoy, de nuevo, a los inmigrantes. En el durante sigue como escenario el Mare Nostrum y los países que con él hacen frontera y desde los que la polémica migratoria avanza hacia el centro de Europa. España, Italia, Grecia; el centro del Viejo Continente los mira desconfiado a la vez que una extensa frontera ribereña con África y Oriente Medio, como dice Elena Sánchez-Montijano, la investigadora principal sobre Migraciones del CIDOB, es ya “no el mayor cementerio de Europa, sino del mundo”.

Los precarios datos que hay lo certifican. Es acudir a la web del proyecto Missing Migrants de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y ver cómo el globo del drama en el Mediterráneo se hincha como ninguno otro –y eso que, como insisten los académicos, sólo se incluye a las personas que se han podido contabilizar gracias a que, en el momento del desastre, hubo testigos. Traducción: ‘Debe ser muy por debajo de la realidad, como en el Sahara’.

Hace pocos días, de hecho, se publicaba la noticia de que Argelia había abandonado en el desierto a 13.000 inmigrantes. 13.000. Trece mil. Escriba como se escriba, hablamos de miles.

Y si en paralelo se incluye, como relata la misma Sánchez-Montijano, que la decisión de quien emprende el viaje a través del desierto y el mar es eminentemente familiar en base a la perspectiva de quien, precisamente, puede hallar un trabajo de forma más rápida y sencilla y enviar así remesas a su país de origen, no es difícil adivinar que el perfil de las víctimas en el Mediterráneo –por miles ya en lo que llevamos de 2018– son, en su gran mayoría, “hombres y jóvenes, porque tienen una capacidad de adaptación mucho mejor”.

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