imagen de una joven en un ordenador

Amo profundamente la que considero todavía mi profesión, siempre me he sentido orgullosa de pertenecer al colectivo docente, que ha tenido que reinventarse continuamente, adaptándose a los cambios vividos en la escuela y en nuestra sociedad, sin demasiada ayuda por parte de su empresa. Dejé “formalmente” la docencia hace unos meses, muy satisfecha por todas las “buenas escuelas” que compartí, en las que proporcionamos a nuestro alumnado experiencias educativas enriquecedoras, implicando siempre a las comunidades educativas. En todas ellas me encontré con muchas mujeres y hombres, “portadores de sueños” como los llama Gioconda Belli, que como ella dice “como laboriosas hormiguitas no dejaban de soñar y de construir hermosos mundos, de hombres y mujeres que se llamaban compañeros, que se enseñaban unos a otros, que se consolaban en las muertes, se curaban y cuidaban, se querían, se ayudaban en el arte de querer y en la defensa de la felicidad”. Por ello, tengo el atrevimiento de escribir estas reflexiones sobre la labor realizada por el profesorado “portador de sueños” en este periodo de confinamiento.

Docentes en tiempos de confinamiento

Si algo ha puesto de relieve el confinamiento es la importancia de los servicios públicos, y en concreto de la escuela pública, sobre todo para los colectivos más vulnerables, con menor nivel socio-económico-cultural, que no disponen de las herramientas para suplir sus funciones, manifestándose como uno de los pocos espacios para garantizar la igualdad de oportunidades a la ciudadanía, siempre que las administraciones correspondientes faciliten los recursos humanos y materiales necesarios. En estos días he pensado mucho en las dificultades que nos encontramos en la educación pública para ofrecer esa equidad en una sociedad tan desigual como la nuestra. Y lo he hecho porque el confinamiento nos ha facilitado una nítida imagen de los déficits de un sistema educativo incapaz de garantizar una educación inclusiva, de no dejar a nadie atrás y de dar una respuesta coordinada ante una situación excepcional, más allá de lo que cada centro educativo y, a veces cada docente, ha sido capaz de ofrecer. También ha dejado en evidencia que no se puede sostener virtualmente y desde el encierro un sistema que fue pensado fundamentalmente para la presencialidad, en una realidad que cuenta con una significativa brecha social. Por eso me ha llamado poderosamente la atención que no se haya señalado suficientemente y de forma pública la labor realizada por miles de docentes, perdiendo una valiosa ocasión de reconocer la labor docente, muchas veces invisibilizada e incomprendida y socialmente poco valorada.

Lo cierto es que la mayoría del profesorado ha hecho una labor silenciosa e inmensa en “primera línea” (a distancia, con las dificultades que esto conlleva) de atención al alumnado y a sus familias, pues se han reencontrado con los problemas que tenían en la enseñanza presencial, pero aumentados por la distancia: dificultades de una educación personalizada por ratios muy altas, problemas para atender las diversidades presentes en las aulas por falta de profesionales de apoyo y orientación con quienes coordinarse y trabajar conjuntamente, limitaciones para desarrollar una educación on line por falta de medios digitales (del profesorado y alumnado) y de formación de las comunidades educativas, e impotencia ante la incapacidad para atender al grupo de menores y familias desconectadas, que se han quedado sin acceso a la educación.

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