Imagen de una manifestación en la que una joven de color lleva una pancarta con nuestras vidas importan

Ha vuelto a pasar, y otra vez se siente como que estamos gritando a la nada.

A Jacob Blake le dispararon por la espalda, frente a su familia y mientras simplemente andaba. A Breonna Taylor en su propia casa cuando ni siquiera oponía resistencia. Precisamente, el problema es que un cuerpo negro no necesita estar haciendo nada, solo con ser ya es un peligro. El problema es, también, que esto no solo pasa en Estados Unidos.

No hace falta ser una persona negra para entender en profundidad lo que representa un acontecimiento como el asesinato de Geoge Floyd, que precedió a los otros dos, y que para la sociedad es un antes y un después. Lo pendiente es reconocer que estos no son hechos aislados sino el producto de una violencia sistémica que se enmarca en la misma sociedad que minimiza nuestras reivindicaciones: “ahora quieren un trato especial” “esto no es Estados Unidos” “aquí no hay racismo” “solo saben victimizarse”, y muchos etcéteras. Estas situaciones volverán a pasar, una y otra vez, como un bucle, mientras no se nos escuche y mientras se pretenda explicar a los cuerpos negros desde cuerpos que no lo son.

En España, por ejemplo, la representación mediática y política de personas negras es ínfima, a punto de llegar a entenderse que la comunidad negra autóctona ni siquiera existe. En esta misma realidad social Conguitos y Colacao, dos de las marcas más conocidas y reconocidas del imaginario nacional —y yo diría que parte clave de la cultura popular de este país— presentan una imagen basada clarísimamente en ideas racistas. En la misma sociedad en que una parte fundamental de la “tradición” es hacer de las conductas racistas anti-negras, como el blackface situado en cabalgatas del día de reyes y hasta en un acto masivo, público, institucionalizado y defendido como el de los pajes de Alcoy. Hemos renegado de todas estas maneras de contarnos y hemos pedido que cesen expresando claramente que nos violentan, sin embargo, nada cambia.

La representación de las personas negras en España no guarda ninguna conexión con nuestras realidades.

Esas vidas negras que importan en Estados Unidos, importan también en España, en Latinoamérica, en Europa, en Asia, en todo el mundo. Esas vidas negras que importan incluyen a las vidas ahogadas en el Mediterráneo, a las masacradas en el Tarajal, niños y niñas que sufren acoso en las escuelas, a las profesionales negras a las que no se permite el acceso al mercado laboral fuera de los trabajos para “negros”, las mujeres negras trans, a las cuidadoras y empleadas del hogar, a los manteros, a esa persona a la que no quisiste alquilarle el piso, y esa otra que venía caminando por la misma acera que tú hasta que decidiste cruzar la calle “por si acaso”.

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