Un profesor único para una escuela de altura
Su nombre es Gonzalo Durand Zamalloa, tiene 58 años y nació en Urubamba, uno de los pueblos más grandes del Valle Sagrado de los Incas ubicado en Cuzco, en el sur de Perú. Gonzalo pisó por primera vez estas tierras al poco de nacer, y nunca se ha separado de ellas. Su sueño desde que comenzó a tomar conciencia del mundo en el que vivimos es hacer algo para que éste sea un poco mejor.
Gonzalo estudió para ser docente y opositó hace 21 años por una plaza de profesor en el sistema educativo público peruano. Obtuvo buenas notas, así que pudo elegir destino. Se quedó con la escuela de Phiri, un pueblo cercano a Ollantaytambo, a media hora de donde él residía por entonces, y a pie de carretera.
Un día estaba charlando con una compañera que no había sacado buenas calificaciones, y esta se lamentó de que le había tocado aceptar la escuela de Markuray, una alejada comunidad indígena cuyo centro educativo no tenía medios y cuyos pobladores apenas habían salido de ella. Por aquel entonces, Gonzalo tenía esposa y cuatro hijos, pero comprendió que para cambiar el mundo un ser humano no puede estar encadenado a nada y decidió, para sorpresa de su compañera, proponerle un cambio de destino. Ella no dudo ni un solo segundo en aceptar la proposición.
En Perú, las tasas de analfabetismo de hombres y mujeres indígenas de las áreas rurales oscilan del 2,8% de ellos al 7,3% de ellas (frente al 0,6% y 1% respectivamente en las áreas urbanas) según datos de la División de Población de la Comisión económica para América Latina y El Caribe (Cepal). Los comienzos no fueron fáciles para Gonzalo, pues Markuray, ubicada a 3.700 metros sobre el nivel del mar, le quedaba a unas cuatro horas de camino desde su casa en Urubamba. Este hecho hacía inviable para Gonzalo llevar una vida normal, ya que no podía pasar siete u ocho horas viajando a Markuray cada día. Entonces, tomó la decisión de quedarse a vivir allí de lunes a viernes, a pesar de que eso implicaba alejarse de su mujer e hijos y que, a largo plazo, le acabaría costando su matrimonio.
Otro problema que encontró es que la escuela de Markuray apenas contaba con material para la enseñanza, así que Gonzalo decidió invertir su sueldo en mejorarla, convirtiéndola así en una apuesta personal a la que dedicar su vida. Actualmente los niños de Markuray ven en este colegio un hogar y en Gonzalo a un padre y a un amigo.
Gonzalo no solo se dedicó a la escuela, sino que hizo importantes gestiones para Markuray. Consiguió que se construyese una carretera para los vehículos hasta la localidad y que llegase la energía eléctrica. También logró la construcción de un campo de fútbol, una capilla, la dotación de utensilios modernos para muchos hogares, etc.
La carretera no se construyó bien y en temporada de lluvia es prácticamente intransitable debido a los derrumbes, pero facilita mucho la llegada a Markuray. Gonzalo tarda unos 90 minutos en llegar a la comunidad. En época de lluvias va en moto hasta Sogma, una localidad cercana, y luego sube a pie la montaña, lo que puede llevarle hasta dos horas y media.
Leer el reportaje completo en El País.
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