Imagen del Espacio Mescladis

No hay nada más tradicionalmente neoyorquino que tomarse un plato de espaguetis con albóndigas en el Meatball Shop de Manhattan, una receta creada por la necesidad de los primeros inmigrantes italianos que arribaron con el siglo a la Gran Manzana en busca de una oportunidad. Pero aquellas pelotas de carne con un nombre tan árabe no son invención italiana: viajaron desde la península Arábiga hasta el Lacio en el siglo IX para luego acabar cruzando el charco. Como tampoco son manchegas las famosas migas que emborrachaban de calorías a los pastores de la Mesta: su origen se sitúa en el tharid árabe del recetario andalusí. Al final, ni los mayas comían nachos ni el cachopo es original, tan solo una estupenda evolución de una croqueta mayor.

La cocina se construye y crece en todos estos cruces, en las intersecciones y en la diversidad. La dieta más rica y sana es la que suma, la que toma el producto local, lo enriquece y transforma con el talento y experiencia que vienen de fuera para hacerlo aún mejor. La que deconstruye el recetario propio para reforzar su identidad con la sabiduría extranjera. Eso es exactamente lo que hace Martín Habiague (Santa Rosa, Argentina, 1967) en el Espai Mescladís: ofrecer a todo tipo de personas en riesgo de exclusión social herramientas locales que expriman su talento, potenciando su acomodación y nuestro ecosistema. En la cocina o en lo que sea. Ellos ganan, nosotros ganamos. Todos juegan.

La receta de Mescladís

Martín es ese migrante que ha hecho el recorrido de las mejores recetas, que se ha traído los ingredientes top de cada lugar de donde nacen sus recuerdos. Abuelos asturianos y vascos, padres argentinos, amores belgas y residencia catalana dibujan la patria que han querido sus zapatos. Su proyecto de vida se ha fraguado en esa experiencia personal del hecho migratorio y de las desigualdades que genera según de dónde eres. «Yo, siendo europeo, puedo ir a 180 países del mundo solo con mi pasaporte. Si tú eres senegalés, esos 180 países se limitan a seis u ocho», nos recuerda muy contrariado. La cocina es solo ese instrumento común, integrador y, como él, viajero, que le ha permitido educar desde la diversidad contra esas desigualdades y en favor del enriquecimiento mutuo, sin importar de dónde vienes. Mescladís es el lugar ideal para que todo esto sea posible.

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