una persona limpia las mesas de una clase

La enseñanza en España lleva años siendo pasto de gurús, coaches y todo tipo de pseudoexpertos esforzados en convertirla en un sucedáneo de lo que debería consistir. Alejada cada vez más del buen juicio y de la racionalidad, el carácter buenista, bobalicón y antiilustrado prolifera desbocadamente. La memorización, el esfuerzo, la constancia y el pensamiento crítico se sustituyen por una amalgama de ocurrencias pedagógicas revestidas por su supuesto carácter innovador para dotarlas de validez. Aprendizaje cooperativo, aprendizaje basado en proyectos, flipped classroom, junto con un sinfín de propuestas disparatadas, se extienden por todo el sistema educativo como una plaga. El saber, la transmisión de conocimientos, su análisis, entendimiento y cuestionamiento quedan eclipsados por lo afectivo y socioemocional, en un tratado en el que la felicidad se convierte en el nuevo objeto de deseo y el éxito como la máxima pretensión. Tal y como expone Alberto Royo en su libro »Contra la nueva educación», las competencias profesionales se apartan para dar prioridad a las emocionales. Todo ello auspiciado por emprendedores, psicólogos positivos, educadores emocionales y toda una retahíla de charlatanes e iluminados, muchos de los cuales sin ninguna experiencia docente. Este libertinaje emocional se hace a costa de la devaluación del profesor, que deja de ser un trasmisor de conocimientos, guía y referencia en el aula, para reconvertirlo en un simple acompañante a modo de coach. Parece que para que el estudiantado se active, el profesorado deba tener un papel pasivo; un papel cuyo objetivo sea que los estudiantes se lo pasen bien mientras aprenden, o sean felices en clase. Lo grave es que se dejan de lado aspectos como atender, escuchar, pensar, memorizar, analizar o cuestionar, los cuales requieren esfuerzo y dedicación, y, por lo tanto, son denostados. Como consecuencia, el estudiantado suele penalizar en sus evaluaciones al profesorado que les obliga a estudiar. Es lógico pues que se correlacionen positivamente el uso de estas nuevas metodologías con mejores valoraciones al profesorado. Y de ahí a considerar que los mejores valorados son los mejores profesores hay un corto trecho.

Estamos convirtiendo la educación en una oda a la »imbecilización», menospreciando el saber y trivializando el conocimiento. La nueva pedagogía condena a nuestros alumnos a una confortable ignorancia, formando ciudadanos acríticos con el sistema, dóciles ante los desmanes políticos y sin aspiraciones intelectuales. El conocimiento será por tanto exclusivo de aquellos que puedan sufragárselo, aumentando la ya acentuada desigualdad y cercenando las posibilidades de ascenso social.

Esta deriva pedagogista está impregnando el conjunto del sistema educativo, con el poder económico aprovechando para imponer sus valores. El adoctrinamiento en los valores neoliberales, impulsado por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), y dirigido por el gurú de turno, estigmatiza el aprendizaje de contenidos y desactiva la apetencia por el orgullo de aprender. Las nuevas pedagogías, hiperestimulantes y de »salón recreativo» -tal como las denomina Andreu Navarra en su reciente libro »Prohibido aprender»- basadas en redes sociales, dinámicas emocionales o videojuegos, sin ninguna exigencia académica, condenan a la juventud al infantilismo y la insignificancia.

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