mujer china madrileña

A Quan Zhou le gustaría poder decir que nunca ha recibido ataques racistas, pero esta española de padres chinos reconoce que los ha sufrido desde niña. “Me miraban de forma extraña, me perseguían por la calle o me decían china, pero con asco”, afirma sentada tras la mesa de una librería madrileña donde firma su segunda novela gráfica, Andaluchinas por el mundo. La ilustradora de 28 años cuenta, mediante dibujos y con mucho humor, cómo ha sido crecer en España con sus orígenes. Ella misma se define como “andaluchina”, porque nació en la ciudad gaditana de Algeciras. Prefiere usar este término en vez del de “chinoles”, acuñado por los hijos de migrantes chinos nacidos en España para definirse como una generación a caballo entre la cultura asiática y la europea.

Yi Yi Zhang, un camarero de 22 años, confiesa sentirse más español que chino, aunque los demás no lo consideren como tal. “Desde muy pequeño se metían conmigo por tener los ojos rasgados, el pelo muy liso o no pronunciar la letra r”, cuenta. Más veces de las que le gustaría recordar le han gritado “chino de mierda, vete a tu país” pero él dice tener muy claro cuál es su sitio: Madrid. “Cuando viajo a China, a los pocos días tengo ganas de volver a España”, explica.

La comunidad china es la cuarta con mayor presencia en el país ibérico, con 207.593 ciudadanos registrados, según datos de 2017 del Instituto Nacional de Estadística (INE). Los primeros son los marroquíes, seguidos de rumanos y británicos. “La primera generación de migrantes chinos lo hizo lo mejor que pudo”, explica la periodista Susana Ye, nacida en Alicante de padres chinos. “No se integraron bien porque tenían que cubrir necesidades básicas y trabajar muchísimo para darnos un futuro a nosotros”, analiza.

Esa imagen de los asiáticos como un grupo “gigante, raro y homogéneo” es la que la joven periodista ha tratado de revocar a través de un documental que ahonda en la realidad de los hijos de los migrantes que llegaron a la península ibérica desde el gigante asiático en los ochenta y noventa. “Chiñoles y bananas define esa dualidad de ser amarillos por fuera y blancos por dentro”, explica Ye. Una doble identidad que, en muchos casos, les genera un conflicto tanto consigo mismos y sus familias como con la sociedad. “Cuando me miraba al espejo de niña, me veía como todo el mundo”, ejemplifica Ye.

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