‘La poesía de mi isla’: los guardianes del lenguaje silbado en las Islas Canarias
Sentado en lo alto de un acantilado en las Islas Canarias, Antonio Márquez Navarro lanzó una invitación —“Vengan p’acá, vamos a matar el cerdo”— sin decir una palabra: la silbó.
A lo lejos, tres excursionistas que estaban de visita se detuvieron en seco ante el sonido penetrante y su eco que rebotaba en las paredes del barranco que los separaba.
Márquez, de 71 años, dijo que en su juventud, cuando los pastores locales, y no los turistas, recorrían los escarpados senderos de su isla, sus noticias habrían sido recibidas de inmediato por un silbido de respuesta, alto y claro.
Pero su mensaje se perdió en estos excursionistas, que pronto reanudaron su camino en La Gomera, una de las Islas Canarias, un archipiélago volcánico en el Atlántico que forma parte de España.
Márquez es un orgulloso guardián del lenguaje silbado de La Gomera, al que llamó “la poesía de mi isla”. Y, añadió, “como la poesía, el silbo no necesita ser útil para ser especial y hermoso”.
El silbo de los indígenas de La Gomera se menciona en los relatos del siglo XV de los exploradores que abrieron el camino a la conquista española de la isla. Con el paso de los siglos, esta práctica se adaptó a la comunicación en castellano.
El silbo sustituye a las letras escritas por sonidos silbados que varían en tono y longitud. Desgraciadamente, hay menos silbidos que letras en el alfabeto español, por lo que un sonido puede tener múltiples significados y provocar malentendidos.
Los sonidos de algunas palabras en español son los mismos —como “sí” o “ti”— y los de algunas palabras más largas que suenan de forma similar en el español hablado, como “gallina” o “ballena”.
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