«Hay que dotar al alumnado de pensamiento crítico y capacidad para aprender por sí mismo»
Cuando la Asociación Redes, formada por profesionales de la enseñanza, le entregó el pasado mes de marzo al Instituto Pablo de Olavide de La Luisiana el prestigioso Premio Isabel Alvarez al Compromiso con la Educación, no me sorprendió porque en octubre de 2018 tuve el placer de impartir un taller formativo de tres horas de duración a 100 alumnos de dicho centro, que elegí, junto a otros en la provincia de Sevilla, por las referencias tan buenas que me llegaban acerca del espíritu proactivo de su comunidad docente para mejorar al máximo las capacidades de su alumnado. Y pocas veces he visto en estudiantes de edad adolescente tanto interés para aprender, tanta participación con preguntas, tan buen comportamiento durante un periodo de tiempo que equivalía a tres clases de su horario lectivo. Detrás de esa realidad tan positiva estaba, y está, su director, Vicente Mazón, de 52 años, que ha puesto a dicho instituto en el pedestal del prestigio y de los premios, disolviendo todos los complejos y sambenitos sobre lo que puede o no lograrse desde un pequeño pueblo. Casado y con dos hijas, reside en Écija, la localidad natal de su esposa.
¿Cuáles son sus raíces?
Nací casualmente en Vergara (Guipúzcoa) porque mi padre, guardia civil, estaba allí destinado. Cuando yo tenía cuatro meses de edad, mi familia, extremeña, ya salió del País Vasco. Somos originarios de Fregenal de la Sierra (Badajoz) y tengo una hermana. Mi padre se metió a guardia civil en los años sesenta huyendo de las penurias del campo, en una familia muy humilde. Durante mi infancia residimos en muchos lugares entre las provincias de Badajoz y Huelva. Como Sanlúcar de Guadiana, en la frontera con Portugal.
¿En su adolescencia tenía vocación por la docencia?
Hice en Sevilla la carrera de Filología Hispánica, la elegí porque me gustaba escribir. La vocación me la encontré cuando empecé a trabajar de interino. Mi primera experiencia delante de unos alumnos en clase fue en Lebrija, en 1992, en el Instituto Bajo Guadalquivir, que entonces era de FP. Fue para mí una revelación, una explosión emocional. Quizá porque era muy joven y los chavales tenían una edad cercana a la mía, se entabló, durante los dos meses que estuve, una relación muy fluida que nos enriquecía mutuamente,y la extendíamos fuera de las clases. Después de superar los nervios del primer día, cuando los folios en mi mano bailaban de pánico.
¿Cómo recaló en La Luisiana?
Empecé a tener destinos en Extremadura, estando en Barcarrota gané una plaza en las oposiciones a profesores de Lengua y Literatura. Di clases dos años en Zafra, otros tres en Fregenal de la Sierra, y como mi esposa es de Écija, solicité plaza lo más cerca posible y por eso llegué hace 20 años a La Luisiana, en el curso 1999-2000. A un instituto que no tenía ni nombre ni edificio. Empezó a existir como sección del IES San Fulgencio de Écija, de prestado en las instalaciones del CEIP Antonio Machado de La Luisiana. Por eso el horario de clases a los alumnos de Tercero y Cuarto de ESO era desde las 14:45 hasta las 20:45. En febrero del 2000 entregaron el edificio para el instituto y nosotros hicimos la mudanza, con lo poco que teníamos de dotación en esos momentos. Montamos un centro que estaba vacío.
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